Las apariencias engañan

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—Por favor, lléveme a la calle Ponzano.
Un hombre joven, bien parecido, se ha subido a mi taxi, con decisión y una mochila azul oscuro. Lo observo a través del retrovisor, sorprendido por su petición.
—Caballero, la calle Ponzano está a la vuelta de la esquina.
—Lo sé —contesta con firmeza—, pero usted lléveme. Solo le pido que dé un par de vueltas por ahí antes de llegar. Necesito hacer una cosa.
Le observo sin moverme. Estoy cansado de recoger a todo  tipo de gente rara, aunque nunca había tropezado con alguien así: aparentemente sobrio y bien vestido, con cara de buena persona y una voz agradable y coherente. Huele bien, sin duda, a recién duchado, diría yo. Me sonríe a través del retrovisor y sus dientes blancos, perfectos, me demuestran que no es un colgado… Pero, de siempre se ha dicho que las apariencias engañan.
A pesar de que yo aún no he aceptado llevarle a ningún sitio, comienza a sacar de la mochila azul una estrafalaria camisa amarillo chillón. Retorciéndose en el asiento trasero, se la coloca y abrocha con bastante torpeza.
—Por favor, muévase… —implora. Dé un par de vueltas a la manzana, no tardaré demasiado en estar listo.
La voz ha perdido firmeza y, aburrido por llevar toda la tarde sentado esperando clientes, arranco el coche y comienzo a vagar por la ciudad que despierta de su siesta.
—¿Qué está haciendo? le pregunto, a pesar de ver, claramente, que se está disfrazando de algo, que todavía no soy capaz de adivinar, a velocidad vertiginosa.
Saca cosas de la mochila y guarda otras, en un  ejercicio metódicamente estudiado. No hay ropa revuelta por el asiento y, a pesar de todo, va consiguiendo su objetivo de transformación.
—hoy es el cumpleaños de mi hija pequeña —comienza a decirme, mientras se contorsiona para subirse unos pantalones a cuadros tres tallas más grandes—. La niña siempre ha querido un payaso en su fiesta…
Cesa su relato porque, con los labios, sujeta una enorme pajarita roja que acaba de sacar de la mochila. Rebusca en el bolsillo de un lateral y saca un diminuto imperdible, que utiliza para fijar la estrambótica pajarita al cuello de la camisa.
—¡Ah! Ya entiendo… Y usted será el payaso de la fiesta. Un detalle muy bonito.
Me mira, clavando sus ojos oscuros, enrojecidos, en el espejo y niega con la cabeza.
—Odio los payasos. Les tengo miedo desde niño…, pero es la única manera. —Rebusca dentro de la bolsa. Solo tengo que maquillarme y ponerme la peluca y el gorro. Usted siga dando vueltas.
—¿Odia los payasos? Vaya… Entonces el esfuerzo es aún mayor.
Con un enorme espejo sobre las rodillas, el hombre se embadurna la cara con una espesa pintura blanca. Poco a poco, desaparecen los rasgos de aquel misterioso tipo, que se ha montado en mi taxi esta calurosa tarde de agosto, y surge un fantástico ser, de cara blancuzca, con ropas estrambóticas y, de momento, sin peluca ni sombrero.
—Mi mujer… Mi exmujer ha decidido celebrar el cumpleaños de la niña, pero no me ha querido invitar. Será la primera vez que no estaré con ella el día de su cumpleaños… Me enteré, por casualidad, que andaba buscando un payaso para la fiesta y… Bueno, no me lo pensé demasiado. Alquilé el traje, compré algo de maquillaje y llevo semanas ensayando malabares con pelotas de ping-pong. No será lo mismo… porque ella pensará que no estoy allí. Mi mujer… Mi exmujer le ha contado que he tenido que salir de la ciudad por motivos de trabajo; que, como ya no está ella para recordármelo, se me ha olvidado que era su cumpleaños… Eso es mentira —dice tensando las mandíbulas bajo las capas de pintura—, yo nunca olvidaría el día más importante de  mi vida. Mis hijas son lo primero…  Mis hijas son lo único que me queda.
Le observo, congestionado después de contarme su historia, con una ceja a medio maquillar y la bolsa abierta, de la que sobresale una peluca multicolor y un sombrero con una flor, ridículamente tiesa, roja y amarilla, que observa la escena en silencio.
Prefiero no seguir preguntando y la música de la radio se instala entre los dos.
Casi ha terminado. Se coloca la peluca y el sombrerito, mientras yo enfilo ya la calle a la que me ha pedido que lo lleve.
Guarda todo en la mochila y saca la cartera.
—Tengo que pedirle otro favor, caballero.
—Dígame.
—Le importaría quedarse con la mochila. No quiero entrar y que alguien pueda…
—Sí, claro le contesto cómplice.
—En dos horas vuelva a buscarme, ¿sería posible?
—Sí —contesto, demasiado seguro de que la tarde será tranquila y podré darle servicio sin problemas.
—Muchas gracias. ¿Qué tal estoy? —me pregunta sonriente, haciendo un exagerado ademán con las manos enguantadas.
Y ahí está, un payaso al completo: con sus zapatones rojos, que se doblan apoyados en el respaldo del asiento delantero, con un pantalón de cuadros, una chaqueta de rayas de colores, la camisa amarilla, la peluca, el sombrero y la cara blanca, con las cejas gruesas y oscuras y los labios pintados de rojo.
—Se ha pintado una sonrisa demasiado pequeña, caballero. Quizá debería…
El hombre se inclina sobre mi hombro, me suelta un billete de veinte y, mirándome de reojo, contesta:
—no necesito hacerla más grande. Le aseguro que cuando vea a mis hijas, la sonrisa de mi cara será enorme.
Imagen: http://cetrobo.deviantart.com/art/STRESS-255868262
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2 comentarios en “Las apariencias engañan”

  1. Lo primero, gracias por tus palabras… Me pones los pelos de punta…Lo segundo, nunca dejes que la timidez te amordace. Anímate a publicar, quién sabe lo que puede suceder.Y lo tercero, gracias por acompañarnos en un día tan especial como el del evento EL PODER DE LA VOZ. Es un lujo que actores de su talla lean mis cuentos para un público entregado.Gracias por dejarme tu comentario, por tu cariño destilado en cada palabra y por dedicarles tiempo a mis criaturas… Ellas te lo agradecen tanto o más que yo.Un abrazo.

  2. Hola Cat. No me conoces pero me gusta tu modo de escribir. Yo también escribo. Desde hace mucho, mucho tiempo. Pero me asusta publicar lo que imagino. No sé si por timidez, o qué se yo. Tengo un blog, escribo microrrelatos. Historias que surgen de mi imaginación como la tuyas. Me agrada esa ternura que pones en el personaje del payaso. La vida difícil, el amor que se le desboca a raudales y el esfuerzo para seguir a su lado. Me ha tocado el corazón. Como lo hicieron tus cuentos declamados en Talavera. Un abrazo. De escritora en la sombra, a escritora en activo. Besos. Soy Carmen Hinojal. Te tengo en mi facebook.

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