Slogan

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Imagen de una sábana beige cuyas arrugas forman una rosa.
Deviant Art

Trabajar en publicidad te enseña a crear en la gente necesidades que antes no tenían. Y eso es algo a lo que he sabido sacarle partido.

En su caso, me ha sido fácil. No tenía escapatoria. Sé bien que las ganas la atraparon desde el día que coincidimos en aquella presentación. Desde el momento en que, al estrecharnos la mano, pareció sorprenderse, inquietarse, excitarse.

Viendo ventaja, ataqué.

Solo era cuestión de alimentar su curiosidad; escandalizarla con calma, dejándola sin argumentos con los que poder contraatacar; haciéndole creer que soy ese “algo” que siempre ha estado buscando, pero que no está dentro de  su alcance.

Y esa electricidad que recorrió su cuerpo, ese escalofrío que eriza su piel al recordarlo, acompañado de un buen puñado de palabras ingeniosamente escogidas, ha acabado por traerla a mi casa, superada por el deseo y perdiendo las dudas por el camino.

Ha sido un triunfo descubrirla en mi puerta, expectante, con las pupilas dilatadas por la oscuridad y la excitación. Debía llevar mucho tiempo ahí fuera, Ensayando su entrada en escena, para lograr darle ese punto de indiferencia que cree haber conseguido.

Se ha sentado en mi sofá, sintiéndose seductora, cargada de suficiencia, cruzando las piernas con aire distraído. Se pensará que así me sorprende. A estas alturas, nada de lo que me pueda ofrecer me va a parecer novedad. No deja de ser  una de esas novelas de las que ya conozco bien el final. Otra cosa es que no me importe releerlas, de vez en cuando.

Apurando la tercera copa, me confesó, con forzada sinceridad, que desde que nos conocimos, solo piensa en abrazarse a mi camisa.

Curiosa excusa… Qué manera de retorcer los argumentos cuando, lo que realmente le pasa, es que tiene ganas de sexo, como todos. Que lo pinte del color que quiera, me da igual, ambos sabemos lo que venía buscando.

No sé qué he disfrutado más: si el juego de estas últimas semanas, haciéndole creer que es ella la que me ha convencido, o quitarle la ropa despacio, viendo como era devorada por la impaciencia y la necesidad.

El agua caliente resbala por mi cuerpo. Llevaré unos diez minutos bajo la ducha y todavía creo tener su olor pegado a mí. Por qué todas intentan disimular el vicio que las envuelve con perfumes melosos, que acaban impregnando mi almohada de aromas cargantes, pero, por suerte, efímeros, Como mi paso por sus vidas.

Y me viene a la cabeza su simulacro de slogan… «Eres la camisa que estaba buscando»…

¡Menuda gilipollez!

Prefiero quedarme con sus gemidos escandalosos y el placer descontrolado que nos arrasó al perderme entre sus piernas. Lo ha disfrutado y me lo ha hecho disfrutar, mucho. Sensual y lasciva. De las que me gustan.

Lástima que haya roto el encanto pidiéndome que me quedara con ella, solo un momento, solo un abrazo.

Todas piden lo mismo. ¡Joder! Después de una buena sesión de cama, lo único que me apetece es una ducha y dormir, pero solo.

Además, todos los besos que se tenían que dar, ya se han dado, y todas las caricias que se tenían que sentir, ya se han sentido.

Con mano izquierda me he librado de su abrazo, para refugiarme bajo el agua de la ducha. Me quedaría aquí otros diez minutos más. Pero, en algún momento, tengo que volver y recordarle que no soy de dormir acompañado y pedirle, con toda la amabilidad de la que soy capaz a estas horas de la madrugada, que se vista (si no lo ha hecho ya) y llame a un taxi.

*****

Entro en la habitación, vacía y en silencio. La lámpara de la mesilla arroja, con desgana, un poco de luz en el orden caótico que me rodea.

Sobre la cama revuelta, una de las perchas de mi armario y un billete de cincuenta garabateado.

Chasqueo la lengua y me acerco a leer su “adiós de papel”, encerrado en una letra puntiaguda y retorcida:

Me llevo tu camisa. Abraza mejor que tú. Con esto, cómprate otra.

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