Una historia increiblemente cierta

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Carlos jadea al llegar a la puerta del aula de literatura. Sólo quedan dos minutos para acabar las clases, pero aún está a tiempo de presentarle su relato al profesor.
El concurso de cuentos es un reto al que siempre se ha querido enfrentar y, por fin, el claustro de literatura ha decidido que su historia represente al colegio en el certamen de este año.
Sabe bien que se juega todo a una sola carta, pero está convencido de que tiene algo realmente bueno. Algo de lo que sentirse orgulloso, después de una semana desechando ideas manidas y más que explotadas por las series juveniles, que le bombardean desde el tele
visor.
Su profesor le ha visto. Asiente con la cabeza, satisfecho de que al fin se haya dignado en presentarse y comienza a guardar sus papeles en el maletín.
La campana rompe la calma de los pasillos. Las voces comienzan a elevarse y se abre la puerta de la clase, de la que van surgiendo figuras desgarbadas, que huyen despavoridas de los pupitres que acaban de ocupar.
Carlos siente como se le acelera el pulso y, al volver los ojos hacia su profesor, le descubre mirándolo fijamente. Éste se coloca las gafas, coge su maletín y deja el trozo de tiza en la repisa metálica del centro de la pizarra.
Apenas queda gente ya por los pasillos. Carlos puede oír su corazón retumbando, sin control, en los oídos. Las dudas lo asaltan.
Quizá lo que trae no es tan bueno como creía. Quizá la historia del pirata que decide gastar el tesoro antes que enterrarlo era mucho mejor.
Y su profesor se va acercando con paso decidido a él.
Está claro que podría haber escrito algo mejor. Con esto que trae ni siquiera pasará de la primera criba. No va a permitirse hacer el ridículo de esta manera. Su profesor confía en él. Le ha pedido algo bueno y lo que ha escrito no llega ni a la categoría de “medianamente decente”.
Carlos mira los folios. Deja correr sus ojos por los primeros párrafos y la historia que parecía increíblemente sólida comienza a desmoronarse sin remisión.
Su profesor ya ha cruzado el umbral de la puerta y se gira para cerrarla con llave. Carlos, arrasado por las dudas, aprieta con decisión los papeles entre sus manos y los arruga para reducirlos a una mísera pelotita, que esconde dentro de su puño.
—¿Qué hace?
—Nada. He decidido no presentarme.
—¿Por qué?
—No tenía nada bueno que presentar.
—¿Está seguro?
—Sí —contesta Carlos con total decisión.
El profesor carraspea y recoloca la montura de sus gafas sobre su amplia nariz.
Carlos baja la cabeza, convencido de que aquello tendrá consecuencias. Siente que le ha fallado, pero mantiene la voz firme y la mirada en el suelo.
-estoy seguro de que no hubiera pasado la primera criba —intenta justificarse—. No era bueno, no era lo suficientemente bueno…
El profesor chasquea la lengua y avanza un par de pasos hasta ponerse junto a Carlos. Apoya su pesada mano sobre el hombro del chaval y le dice  bajito:
—A veces, nosotros somos nuestros peores jueces. Recuerde esto para el futuro.
Carlos mira la mano que guarda la bola de papel. La abre y la bolita se despereza, despacio, dejando ver el título del cuento: “Una historia increíblemente cierta”.
Imagen:
http://deathura.deviantart.com/art/Caught-in-a-notebook-176087627
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2 comentarios en “Una historia increiblemente cierta”

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