Por Navidad

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La pregunta tonta de la camarera me ha hecho salir huyendo del único barucho que he encontrado abierto en un día como hoy.
«¿Qué le has pedido a Papá Noel?»
¿Acaso tengo cara de gilipollas? De cornudo, sí, ya se encargó Cristina de dejar el trabajo bien hecho antes de irse. Pero, ¿de gilipollas? De gilipollas, seguro que también, por no darme cuenta a tiempo.
La pregunta de la camarera sobraba, Por mucho que fuera acompañada de un sutil guiño y una sonrisa mal vestida de complicidad.
¡Qué manía con soltar sandeces por ser las fechas que son! ¡Qué  ingenuidad pensar que todos somos felices en este día, creer que a todos nos espera una noche buena! ¡Qué más dará lo que le pida a ese maldito gordo, la última vez no me hizo ni puto caso!
Antes era distinto… Antes de que el trabajo la llevara a cinco mil kilómetros… Antes sí hacíamos la gracia de escribirle una peculiar carta a este farsante vestido de rojo. Una cada uno, pidiendo una sola cosa, la mía en papel azul, la suya en papel rosa. Un ritual que mantuvimos los diez años que vivimos juntos… Idea de Cristina, todo idea de Cristina que, en el fondo, se había equivocado de continente a la hora de nacer.
Y después, llegada esta noche, intercambiábamos los regalos, fingiendo que habían caído por la falsa chimenea de nuestro minipiso  alquilado.
Siempre fuimos muy típicos en todo. Convencionales. Simples, quizá, pero nos queríamos… O, al menos, eso parecía.
Yo sabía que tenerla lejos haría difícil que esto perdurara, pero lo intenté, con todas mis fuerzas. Jamás pensé que sería tan ruin como para dejarme por carta, una carta escrita en ese asqueroso papel rosa que utilizaba para todo.
Odio las cartas, los regalos, las Navidades y que la gente se crea que va a ser mejor persona porque lo marque el calendario.
Odio tener que estar contento por ser Navidad. Odio a todos aquellos que me sonríen, tratándome con condescendencia, porque saben que estoy  solo. Como la camarera Del barucho. Me miraba, me sonreía, me hablaba buscando la manera de hacerme sentir bien
Y yo la miraba distraído, pensando en todo lo que realmente me apetecía sentir en ese momento… Sentir mi mano perdiéndose bajo sus faldas. Sentir las ganas compartidas. Sentir que nada importa esta noche. Sentir, con brutal intensidad,  hasta explotar dentro de ella, en el cuarto de baño de su Cafetería o en el primer portal que tuviéramos a mano, con intenciones de seguir la fiesta enredados en las sábanas de mi casa.
El vagabundo, que va sentado conmigo en este vagón de metro vacío, me mira, confuso, perdonando mi verborrea descontrolada porque sabe que, en el fondo, es el alcohol el que habla.
Me siento solo esta noche, es verdad. Y no me importaría Consolarme entre los brazos de esa camarera, que me sonreía coqueta, provocándome ingenuamente con su escote y sus palabras sibilinas. Sudar todo lo que siento y, quizás así, conseguir que desaparezca. Sin preguntas. Sin explicaciones.  Sin prisas.
Salgo del vagón y cambio mi rumbo, de vuelta a ese bar, a buscar a la camarera para decirle qué quiero por navidad.
Cuando llego, ella está barriendo, los pocos clientes que quedaban se han ido y las luces están a medio apagar. Levanta la cara, sorprendida:
—Hola… ¿Te has olvidado algo?
—Sí —contesto con firmeza—. Se me ha olvidado decirte lo qué quiero…
—Yo ya sé lo qué quieres, niño —me interrumpe y se humedece los labios—. Los dos hemos pedido lo mismo. Termino y nos vamos. Podrás desenvolverme con calma, yo tampoco tengo prisa esta noche.
Imagen:
http://blo0wm0on.deviantart.com/art/O-h-Christmas-Ball-47836665

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