En la cafetería de Julia

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He encontrado el refugio perfecto en la cafetería de Julia. Está cerca de las oficinas del simulacro de periódico donde trabajo y es un local lo suficientemente oscuro para esconder mi decadente soledad.
Disfruto tanto viendo a Julia servir las mesas; contoneándose cadenciosa, sujetando la bandeja con sus manos de dedos largos y huesudos, cubiertos de anillos, regalados por amantes furtivos en los años de juventud.
Ella  no habla de su vida, con nadie. Pero, por alguna extraña razón, le gusta confesarse conmigo y desgranar sus rocambolescas aventuras, mientras damos buena cuenta de las botellas de whisky que haya en la sala.
Recuerdo la tarde que me contó la historia del tipo aquel que quiso  comprarle un piso, para conseguir la exclusividad. Julia  le puso las cosas claras y su ex mujer una demanda de divorcio con la que llegó a perder hasta la dignidad. O aquella vez en que la novia de un fulano que se había perdido varias noches bajo las sábanas de Julia, se presentó a dar el espectáculo en el bar y las dos acabaron saliendo esa noche de copas y ligando con dos estudiantes de periodismo, a los que dieron un par de buenos titulares.
Julia sabe muy bien cuando los hombres se están enamorando de ella. Una vez me dijo: «Cuando pierden el culo por ayudarme a recoger para acompañarme a casa, justo ahí es cuando debo hacer que salgan huyendo y buscarme refugio en otra cama».
«Hay hombres  que no soportan el rechazo. ¿Ves esto? », me confesó señalándose la garganta una de las tardes en que la cafetería se quedó sola para nosotros.  «Esta cicatriz es un recuerdo de uno de esos hombres que no entienden la palabra “no”. Por suerte tuve reflejos para escapar a tiempo. Nada mejor para bajarle los humos a estos especímenes que un buen rodillazo en la línea de flotación. Lástima que el cuchillo, que traía para cerrar el trato, consiguiera parte de su objetivo. La sangre es muy escandalosa, pero sus gritos lo fueron aún más y pronto tuvimos una patrulla de policías asqueados fingiendo que controlaban la situación.
Puedo pasarme la tarde acodado en la barra del bar, mareando la colección de periódicos del día, mientras la observo ir y venir por la cafetería. Esconde bien su edad. Aunque algunas de sus frases la delatan dando pistas de que hace tiempo ya que cumplió los cuarenta.
Me gustan las mujeres fuertes, con mucho carácter y ella lo tiene. Demasiado libre para acabar atada a un cualquiera pero con necesidad de cariño, por eso siempre anda buscando tipos a los que deslumbrar.
Nadie debería ser tan iluso como para enamorarse de ella. Es simple: Julia es incapaz de sentir más allá de los límites de una cama. Mientras aceptes su juego todo irá bien, pero en el momento que infrinjas las reglas estás perdido.
En el fondo, no somos tan distintos: los dos sabemos y queremos estar solos y el resto de la gente es mero entretenimiento para los tiempos muertos. Claro que, cuando llega la hora de confesarnos frente a una botella de whisky, ambos dejamos caer la coraza. Creo que es el único momento en que realmente somos nosotros mismos, sin miedo a posibles represalias por demostrar que también somos vulnerables.
He terminado pronto esta noche en el periódico y no me apetece volver a la soledad de mi apartamento, ahora que mi gato ha decidido buscar fortuna fuera de casa. Estoy frente a la cafetería, pero las luces están apagadas. Julia sale para cerrar y se sorprende al verme:
—¡Hola!
—Vaya… Yo que venía a tomarme el último whisky…
Julia me sonríe y, aparcando ese tono sarcástico que siempre la acompaña, dice:
—Tengo un bourbon de buen año en casa. ¿Te apetece?
Le guiño un ojo y, tras ayudarle a echar el cierre, nos alejamos caminando del brazo por la calle mal iluminada.
Imagen:
http://mosterd.deviantart.com/art/cafe-17470052
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